martes, 19 de mayo de 2009

El dulce sabor de la inocencia...


Es cierto que el primer beso se recuerda.
Me asomo a la ventana de los primeros recuerdos,
el orígen de la sensación, la pulsión instintiva.

Recuerdo sus labios de fresa, la inocente mirada
de quien no sabe qué, ni cómo, ni por qué...

Jugábamos en su habitación, la tenue luz de la lámpara
alumbraba con cierta melancolía su rostro.
La miraba, reíamos y la volvía a mirar...
Se acercaba el principio del fin de la inocencia.

Y allí, arrodillada junto a ella, en el suelo,
rozando suavemente la blanca cortina,
justo allí mismo, me acerqué,
algo en mí estalló... y la besé.

Quieta como un animalillo, miraba extrañada,
recaída sobre la pared...
permitía el acceso de mi boca en su ser...
succionando unos labios calientes,
rozando una lengua frágil, húmeda, blanda...

Así me bebí mi curiosidad, su inocencia...
así iba sorbiendo el líquido placer.

Murió el bello candor infantil,
algo por dentro se rompió...
comenzó el descenso a los deseos...
nació el hambre, fluyó la sed.

sábado, 16 de mayo de 2009

Sol naciente...


No era ni diablo ni dios : era japonesa.
Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora.
En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros más logrados.
En segundo lugar, porque sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte más allá de lo racional.
Y, por último, porque una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos, y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración del silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo.

Estupor y temblores, Amélie Nothomb