martes, 19 de mayo de 2009

El dulce sabor de la inocencia...


Es cierto que el primer beso se recuerda.
Me asomo a la ventana de los primeros recuerdos,
el orígen de la sensación, la pulsión instintiva.

Recuerdo sus labios de fresa, la inocente mirada
de quien no sabe qué, ni cómo, ni por qué...

Jugábamos en su habitación, la tenue luz de la lámpara
alumbraba con cierta melancolía su rostro.
La miraba, reíamos y la volvía a mirar...
Se acercaba el principio del fin de la inocencia.

Y allí, arrodillada junto a ella, en el suelo,
rozando suavemente la blanca cortina,
justo allí mismo, me acerqué,
algo en mí estalló... y la besé.

Quieta como un animalillo, miraba extrañada,
recaída sobre la pared...
permitía el acceso de mi boca en su ser...
succionando unos labios calientes,
rozando una lengua frágil, húmeda, blanda...

Así me bebí mi curiosidad, su inocencia...
así iba sorbiendo el líquido placer.

Murió el bello candor infantil,
algo por dentro se rompió...
comenzó el descenso a los deseos...
nació el hambre, fluyó la sed.

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