miércoles, 30 de marzo de 2011





Los he acostado abrazados, uniéndolos tiernamente, 
posando los labios del hermano sobre los de la hermana,
introduciendo el sexo dormido de él en las ninfas delicadas de ella,
en el umbral de aquella hendidura cuya palidez e insignificancia
me han recordado la de la pequeña muchacha-pulpo,
de la vomitadora de jugo negro.
He querido que sus cuerpos, que en vida habían debido
de reclamarse tantas veces en secreto, 
se unieran finalmente en la muerte.
Pues yo sabía que los dos se habían amado 
como el cielo ama a la tierra.
Y uno de ellos había querido salvar al otro y el otro
había arrastrado al primero. Lo había arrastrado por amor,
a las profundidades, entre la sal y las algas,
en la espuma y las arenas, en las escarchas marinas
que se mueven bajo la mirada de la luna y se agitan igual que el semen.
No era en mi casa donde habían celebrado sus sublimes nupcias,
sino en el instante preciso en que, agarrados el uno al otro,
los dos habían exhalado a un tiempo su último suspiro
en un éxtasis común, unidos en el agua como antes
en el líquido materno, en el mar como en la madre,
reencontrados en su final de la misma manera
que habían sido confundidos en su origen.
Habían alcanzado, por tanto, su verdad cósmica,
extraña al mundo falaz de los vivos.
Los contemplé largo rato, agradeciendo el espectáculo como un don.
Ni por un instante pensé en mezclarme con ellos,
en estorbar su unión con el contacto impuro de mi carne viva.

sábado, 29 de enero de 2011



En lo aberrante encontramos deleite y placer en lo más detestable. 
Cada día descendemos un paso al infierno, sin horror, entre tinieblas que apestan.


C. Baudelaire


jueves, 6 de enero de 2011



No me dejes caer en la tentanción.
Y líbrame del mal.
Amén.

jueves, 11 de noviembre de 2010

De los monstruos que no marchan



El deseo es un mar profundo,
que te engulle y ya no te deja marchar.


No puedo olvidar la arruga en la piel curtida,
el frio, en la piel muerta,
la calidez, en la piel femenina,
ni la suavidad, en la inocente.
La deformidad de la piel malhecha,
el pecado en la piel prohibida.

No puedo acallar a los monstruos que rugen,
a los recuerdos que emergen,
ni a la decadencia que irrumpe.

Sentí una vez el deseo. 

Ya no lo puedo olvidar.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Estocolmo era un sueño



El miedo es erótico.
El dolor también.

La mezcla perfecta de ambas lleva al enamoramiento sexual.
A la entrega total a aquel que lo representa.
El Amo, mi Amo.

Soñaba que en el paraiso onírico estábamos los tres.
Él recostado sobre una duna de arena
y nosotras dos entregadas a darle placer
entre labios, lenguas y caricias.

No es descriptible la entrega del enamoramiento fatal.
Con el mismo desenfreno de un síndrome de Estocolmo,
el cerebro destierra lo moral y aprendido hasta ahora.
Se centra en el placer, trata de repeler el dolor. 
Intenta no sucumbir al miedo.
Y entre medio, ambas sensaciones se funden, sin poder
diferenciar apenas aquella que empieza de la que acaba.

Mientras ella trataba de arrancar fervorosamente
los botones de su pantalón, la mano de Él agarró
sus párpados, delicadamente,  mientras con fuerza tiraba 
hacia arriba para levantarla.
La uña se clavó en la zona sensible, y cuando ella
levantó la vista le vió a él sonriendo. Miedo.
Silencio, dolor y sangre en la uña.
Él mira excitado el silencio, la penitencia.
Ella se excita de ver la cara de satisfacción.

- No me tengas miedo - dice él.

- Lo lamento Amo, adoro tenerle miedo.
En ello va mi placer.

Fotografía: Jan Saudek

sábado, 11 de septiembre de 2010

En el país de las maravillas...




...ardiendo de curiosidad, 
se puso a correr tras el conejo por la pradera, 
y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba 
en una madriguera que se abría al pie del seto.

Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera,
sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.
Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta 
como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, 
tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo 
de pensar en detenerse y se encontró cayendo 
por lo que parecía un pozo muy profundo.
 
O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, 
porque Alicia, mientras descendía, tuvo tiempo sobrado 
para mirar a su alrededor y 
para preguntarse qué iba a suceder después. 
Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, 
pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada.

(...)
¿No acabaría nunca de caer?
- Tengo que estar bastante cerca del centro de la Tierra -, pensó. 

Alicia en el País de las Maravillas, L. Carroll.

jueves, 29 de julio de 2010

Bondage

http://www.javier-guerrero.com/MAD.html

Cuando veo esto, me vienen a la cabeza,
además de otras cosas... la frase de
mi amigo Dexther:
" Las cuerdas que te atan, sostienen mi vida".