sábado, 16 de mayo de 2009

Sol naciente...


No era ni diablo ni dios : era japonesa.
Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora.
En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros más logrados.
En segundo lugar, porque sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte más allá de lo racional.
Y, por último, porque una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos, y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración del silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo.

Estupor y temblores, Amélie Nothomb

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