viernes, 5 de junio de 2009

Hambre...



En lo más profundo de mi insustancialidad hormonal, solo reinaba el caos.
De noche, me levantaba para ir a la cocina a pelear con unas piñas : había observado que el exceso de dicha fruta me hacía sangrar las encías, y necesitaba ese combate cuerpo a cuerpo. Cogía un cuchillo grande , atrapaba la piña por la cabellera, la despellejaba con algunos cortes y la devoraba hasta el corazón.
Si las primeras sangres seguían sin derramarse, despedazaba otra : llegaba el momento excitante en el que veía la carne amarilla inundada con mi hemoglobina.
Aquella visión me enloquecía de placer.
Devoraba el rojo en el corazón de oro.
El gusto de mi sangre mezclada con la piña me aterrorizaba de voluptuosidad.
Comía a marchas forzadas y sangraba todavía más.
Era un duelo entre las frutas y yo.
Estaba condenada a perder, salvo que estuviera dispuesta a dejar hasta mi última gota de sangre.
Interrumpía aquella lucha singular cuando sentía que mis dientes estaban a punto de caer.
La mesa de la cocina era un ring en el que subsistían enigmáticos vestigios.
Aquella Ilíada frutal enjugaba un poco mi rabia.


Biografía del hambre,
Amélie Nothomb

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